Sociedad

Éramos mi cuerpo, yo y la calle

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Por Valentina Gutiérrez, estudiante de Publicidad UDP y del Taller de Género y Comunicación Publicitaria.

18 Enero 2022

Tenía 15 años e iba caminando por la calle. Iba cansada pero feliz por ya ir llegando a mi casa después de un día entero de clases cuando de repente, un señor de unos 50 años pasa por el lado mío. Se veía relajado y no paraba de mirarme. Pasamos uno al lado del otro y de pronto, escucho cerca de mi oído un “piropo” que en ese momento me hizo sentir mucho asco y vergüenza porque había gente a mi alrededor que lo escuchó y no paraba de mirarme, o eso sentía yo.

Estos episodios callejeros se hacía cada vez más reiterativos a lo largo de mi juventud, camino a mi casa, camino al colegio, camino a una fiesta y siempre había algo en común; hombres. De un momento a otro, entendí que gritarle cosas a gente por la calle era un acto masculino totalmente normalizado por parte de la sociedad, pero seguía pensando que se trataba de algo en contra mío o de mi cuerpo. Ahora más grande, entiendo que se trata de un acto de poder por parte del género masculino, que considera que tiene las atribuciones para hacer comentarios de cualquier tipo sobre el cuerpo de mujeres que ellos desconocen y por lo tanto, no existe un vínculo de confianza que lo permita.

Un estudio de la Universidad de Temuco en Chile, habla sobre la influencia en la construcción social del cuerpo de la mujer y cómo esto determina la cotidianidad por parte de los hombres en esta conducta. Nos explica que en un mundo sin perspectiva de género, es fácil acceder a comportamientos que contribuyen a la normalización de este tipo de acoso, debido a estereotipos sexistas reiterados por instituciones educativas, círculo familiar o social, lo cual permite al hombre desarrollarse a lo largo de su vida, con cierto nivel de superioridad frente a la mujer. Problemáticas como esta y muchas otras, se vinculan directamente con la carencia de una herramienta conceptual social; la perspectiva de género, que logra nublar las desigualdades entre hombres y mujeres, bajo normalizaciones de conductas determinadas dentro de la sociedad.

Mi yo de 15 años, jamás entendió cuál era el error en esta desagradable práctica masculina y su causa pudo ser que jamás recibí algún mensaje a través de algún medio de comunicación que me ayudase a entender, que lo que a mí me pasaba era un problema social llamado acoso, y que por más que existiera una normalización social y cultural, era algo que debía ser reprochado instantáneamente.

Es por eso, que se vuelve necesario el hecho de redefinir el concepto de poder que se le entregan a los medios, para así poder reconocer los errores comunicativos que invisibilizan realidades y problemáticas que nos afectan a muchos y muchas. Actualmente existe mucha información y contenido asociado al acoso callejero pero siguen existiendo muchas conductas que se desprenden de desigualdades asignadas por el género que deben ser cambiadas, y mientras más información haya al respecto, más fácil será identificar y lograr un cambio real y eficaz.

Con la incorporación de espacios de conversatorios, foros de discusión y canales de directa difusión de contenido, podemos lograr erradicar esos comportamientos, mediante una comunicación eficiente.