Sociedad

La desproporcionalidad de la pandemia

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Por Claudia Yachan Durán, Directora de Comunicaciones de ComunidadMujer.

6 Octubre 2020

Tenía esperanza

Esta pandemia podría ser una oportunidad real y concreta para poner acelerador al cambio cultural que tanto necesitamos, al menos, al interior de los hogares. De un día a otro, éstos se transformaron en oficinas, sala de juegos y de clases. Y con ello, se derribó una frontera hasta ahora bastante invisible, agudizando la crisis de los cuidados que, sabemos, afecta mayoritariamente a mujeres y niñas. Sí, era la gran oportunidad: hombres y mujeres, niños y niñas, confinados juntos, ante la evidente necesidad de hacerse cargo, como equipo, de las múltiples labores del día a día. Pero, al menos hasta ahora, nada ha cambiado y las cifras son devastadoras.

El último estudio del Centro de Encuestas y Estudios Longitudinales (UC) sobre la distribución del trabajo en los hogares durante la pandemia reveló, entre otros, que un 38% de los hombres dedicó cero horas semanales (sí, cero horas) a realizar tareas domésticas como cocinar, hacer aseo y lavar ropa, frente al 14% de las mujeres. En un revelador resumen, las mujeres dedicaron 9 horas semanales más que los hombres a estas labores.

Efectivamente el COVID 19 solo vino a agudizar una crisis de los cuidados que lleva décadas y a evidenciar la sobrecarga que se llevan las mujeres entre trabajo remunerado y no remunerado (conocida como carga global). El problema es que aquí no sólo hablamos de agotamiento, como podrían pensar algunos, sino del retroceso más brutal en términos de participación laboral de las mujeres.

Según cálculos recientes de ComunidadMujer, en el último año 899 mil mujeres perdieron su empleo y el 88% de esas mujeres salió de la fuerza de trabajo, es decir, figuran como “inactivas” y no como “desocupadas” dado que no están buscando empleo. ¿Por qué? Precisamente por la inexistencia de un sistema de cuidados que les permita delegar esta función y salir a trabajar.

Así, la pérdida de puestos de trabajo no ha sido proporcional, sino que ha afectado considerablemente más a las mujeres. Sí, hablamos de un retroceso de, al menos, una década en términos de igualdad de género en el mercado laboral.

Sin ir más lejos, por estos días la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) indicó que la crisis económica generada por el Covid-19 dejará a 118 millones de latinoamericanas viviendo en la pobreza este 2020, un 22% más que el año anterior.

Esta pandemia, entonces, debiese comprometer la acción decidida de distintos actores de la sociedad y, entre ellos, también los medios de comunicación y la publicidad. Desde estos espacios es posible acelerar el cambio cultural, propiciar nuevos modelos de rol, no solo para visibilizar a las mujeres donde suelen no estar, sino también para instalar nuevas masculinidades y una paternidad activa y corresponsable. Por cierto, que ha habido avances en este sentido y probablemente el principal es que mucho de lo que hasta hace poco ni se cuestionaba, hoy comienza a parecer intolerable. La cobertura noticiosa de temas de violencia de género o intrafamiliar es ejemplo emblemático de esto, reproduciendo, en muchos casos, sesgos y estereotipos lamentables que terminan responsabilizando a la víctima y no al victimario (“Y la culpa no era mía, ni donde estaba ni como vestía” … ¿cierto?).

En este ámbito está todo por hacer y, por otras latitudes, la deconstrucción de la cultura patriarcal comienza a instalarse como tendencia. Al respecto, dos buenos ejemplos. El primero es Men Engage Alliance, una red global de 700 organizaciones de 70 países que, a través de estudios, buenas prácticas e investigación, busca transformar las masculinidades e involucrar activamente a hombres y niños para alcanzar una equidad de género. “Ellos deben ser parte de la solución”, sostienen, basados en principios feministas y de derechos humanos.

El otro es Unstereotype Alliance, plataforma de pensamiento y acción que busca erradicar los estereotipos dañinos de género en todos los medios y contenidos publicitarios. Convocada por ONU Mujeres, la entidad reúne a marcas socias y busca utilizar colectivamente la industria de la publicidad como una fuerza positiva para impulsar cambios a nivel global, empoderando a las mujeres en toda su diversidad y abordando las masculinidades dañinas para ayudar a construir un mundo con igualdad de género. Interesante y convocante. Desde el punto de vista del trabajo, como organización hemos planteado con claridad que la trayectoria laboral de las mujeres y hombres no puede entenderse sin considerar las dos caras de la moneda: trabajo remunerado y trabajo no remunerado. En el mayoritario caso de los hombres, ellos son capaces de construir un desarrollo exitoso de carrera, ascender, capacitarse, porque asumen que pueden “delegar” el trabajo doméstico y de cuidado no remunerado. Somos testigos de las consecuencias de la ausencia de un sistema nacional de cuidados que, sumada a la falta de corresponsabilidad, obliga a las mujeres a estar constantemente lidiando con este tema, en desmedro de su autonomía económica, trayectorias profesionales, emprendimientos,  su calidad de vida y las de sus familias. Y ojo, que esta lamentable discriminación social es avalada y reforzada por nuestro código laboral y una serie de leyes que, explícitamente, carga en ellas la exclusiva responsabilidad de las familias.

Con jardines y salas cunas cerradas, el panorama no es alentador. ¿Entonces qué hacer? Por una parte, requerimos con urgencia un cambio de paradigma del cuidado por uno donde se lo valore, pero en serio, y donde prime la corresponsabilidad. Sin ir más lejos, el estudio de ComunidadMujer “Cuánto aportamos al PIB” estimó, en primer lugar, que del total de horas de trabajo productivo, la mayor proporción corresponde al trabajo doméstico y de cuidado no remunerado (53%) y que, a diferencia de las otras actividades es desarrollado mayoritariamente por mujeres (71%). Otro resultado altamente relevante es que, el trabajo doméstico y de cuidado no remunerado equivale al 22% del PIB Ampliado, lo que supera la contribución de todas las otras ramas de actividad económica.

El ser conscientes del valor económico de estas labores debiese empujar -de una vez- los cambios legislativos que han tardado más de lo debido, y que hace años venimos promoviendo las organizaciones feministas y de mujeres: sala cuna universal para hijos de trabajadoras y trabajadores, financiada por hombres y mujeres, tengan o no hijos, más empresa y Estado; licencias por enfermedad de hijos/as menores para padres y madres; crianza sin estereotipos y una educación no sexista, que permita que las próximas generaciones sean formadas en igualdad, entre otros. Pero por estos días se abre otra ventana de oportunidad relevante: el proceso constituyente, que puede ayudar a instalar nuevos principios rectores, donde se releve la importancia del cuidado como eje de la sociedad y donde se consagre la corresponsabilidad social y parental como principios centrales. La experiencia internacional demuestra que ello permitiría habilitar leyes que den respuesta a esos principios.

Porque es hora de reconocer que este es un problema social y por lo mismo, son múltiples los espacios a abordar y ámbitos en los que las leyes deben incidir. En lo inmediato, reiterar la urgencia de que las políticas públicas que se diseñen para enfrentar la crisis no sean neutrales en términos de género y ahí las autoridades tienen la palabra; no solo como un tema de justicia para las mujeres, sino de interés para el desarrollo y recuperación del país.